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El predicador galés, Martyn Lloyd-Jones, es considerado uno de los más grandes expositores del siglo XX. En este libro se compilan por primera vez veintiún sermones dirigidos principalmente a un público no cristiano, basados tanto en pasajes del Nuevo como el Antiguo Testamento. Al leerlos conocerás a Lloyd-Jones tal y como él mismo se veía: un evangelista.
Su ejemplo y enseñanza desafía a predicadores en la actualidad a resguardar un espacio para el sermón evangelístico, un hábito que se está perdiendo en nuestros días. Al mismo tiempo, algunos piensan que presentar el Evangelio es una tarea fácil. Lloyd-Jones no compartía esta idea. Él afirmaba que tomaba muchísimo más cuidado en preparar un sermón evangelístico que en preparar un mensaje para los creyentes.
Precisamente por esa dedicación, este libro es de tremenda ayuda para reflexionar seriamente sobre lo que significa compartir el Evangelio.
“La segunda razón de los continuos problemas del hombre se puede expresar de la siguiente forma: la negativa a afrontar seriamente el hecho del juicio.” (Page 47)
“Lo que nunca se considera es lo siguiente: ¿Después de todo, no se deben todos nuestros problemas al hecho de que no estamos viviendo la vida tal como Dios nos dijo que la viviéramos, a que no tenemos la relación adecuada con Dios?” (Page 46)
“Lo primero que deducimos de este pasaje es que el pecado estropea la vida.” (Page 83)
“Estamos debatiendo, pues, acerca de nosotros mismos y nuestro destino final. En otras palabras, aunque es muy interesante hablar acerca de la situación del mundo, debemos recordar que el mundo no es sino la suma de hombres y mujeres como nosotros y que el mundo es como es porque los individuos somos como somos. Debemos cuidarnos de esa tendencia fatal a aislar eso que se llama «mundo» y olvidar que el mundo somos nosotros.” (Page 41)
“El tercer motivo para descalzarnos es que todo el sentido y el propósito del evangelio cristiano es llevarnos a conocer a Dios. Ese fue el fallo de Moisés: Moisés olvidó lo esencial, pensó que se trataba tan solo de un fenómeno, una zarza ardiente, o quizá hasta un fenómeno sobrenatural. En lugar de eso descubrió que estaba ante una Persona, no una llama; y ese fue el motivo de que se descalzara. Se encontraba ante Dios, y todo el propósito de la fe cristiana es llevarnos a un encuentro personal y a una reunión personal con Dios. Un conocimiento personal de Dios: ¡Ese es el propósito esencial de la fe cristiana y su maravilloso ofrecimiento de salvación!” (Pages 60–61)
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